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El rabo de toro servido en el restaurante La Sal Rodrigo Ucero

Menús del día en Valladolid

Un rabo de toro exquisito a cinco minutos del Campo Grande

El restaurante La Sal, ubicado en la calle San José, lleva más de una década deleitando al comensal con su especialidad: el rabo de toro

Viernes, 16 de mayo 2025, 06:48

De cara al visitante, la gastronomía de Valladolid es uno de los atractivos esenciales a la hora de visitar la ciudad. Tanto la comida como el vino son admirados y recomendados por cada turista -nacional o internacional- que se pasee por nuestras calles, haciendo de la capital del Pisuerga una de las mecas gastonómicas por excelencia.

Evidentemente, los restaurantes más potentes elevan el techo de la ciudad en este ámbito, pero para que una zona cuente con tal respeto entre los críticos, debe existir una amalgama de restaurantes que, desde el anonimato, sustenten el suelo gastronómico con productos de calidad y una elaboración más que profesional.

Entre ese grupo de héroes anónimos se encuentra La Sal, un restaurante ubicado en la calle de San José que lleva más de una década sirviendo sus platos, todos caseros desde el primero hasta el postre, haciendo lo mejor que saben con «su trozo del pastel», como nos cuenta Jesús Gutiérrez, el dueño.

Se trata de un restaurante familiar, el cual adquirieron «por casualidad», tal y como reconoce Nuria Santos, mujer de Jesús y jefa de los fogones del local. Antes de ser los propietarios eran clientes habituales, y tras conocer que se traspasba, deliberaron y decidieron coger el timón de La Sal, avalados por su experiencia previa en la hostelería iscariense.

El menú del día

El menú cuenta con doce primeros, once de los cuales son fijos, y el rotatorio es el plato del día. Este flujo le aporta esa variedad extra al menú para los comensales más fieles, los cuales rara vez repetirán plato. En nuestro caso, nos decantamos por una berenjena rellena de carne picada y besamel, coronada con una capa de queso gratinado que no podía estar más lograda. La carne picada junto con la besamel se hacían uno, formando una especie de crema que casaba con la berenjena, y el queso gratinado aportaba un crujiente que redondeaba un plato espectacular.

Berenjena rellena del restaurante La Sal Rodrigo Ucero

En la elaboración de los platos, además de Nuria, se implica Silvia Mateo, su compañera en la cocina, y como par de Gutiérrez en la gestión de la sala se encuentra J.I.G.N, que destaca por su predisposición y cercanía a la hora de recomendar los platos estrella.

Si bien es cierto que el precio del menú es de catorce euros, su especialidad, el rabo de toro, tiene un suplemento de tres euros con cincuenta céntimos. La decisión estaba clara, y lo que nos presentaron fue una auténtica exquisitez.

Se trataba de dos medallones increíblemente jugosos, en su punto, con una carne que se separaba sola del hueso, mostrando la perfección del punto del producto para dejar a disposicion del comensal una carne sin parangón. La salsa que acompañaba no se quedaba atrás, con la densidad justa para casar perfectamente con la carne y el toque preciso de vino tinto que potenciaba aún más el sabor de la pieza. En el lateral, unos medallones de patata frita ponían la guinda a una auténtica delicia.

El rabo de toro servido en el restaurante La Sal Rodrigo Ucero

Con semejante manjar, no es de extrañar que Gutiérrez y su equipo estén contentos con su servicio, y además, aseguran que el público se lo reconoce. En un año, sirven «entre docemil y catorcemil comidas», y no hay mejor termostato para medir el éxito de un negocio que la asiduidad.

De postre, incluido con el menú, tuvimos el placer de probar una tarta de cuajada, un postre no muy habitual en otros establecimientos -e increíblemente logrado para ser casero- que sirvió como colofón para un menú de bandera.

A pesar de que La Sal cuenta con una gran clientela, aseguran que «las noches tras la pandemia han bajado mucho», e incluso algunas veces «no sale rentable abrir para cenas», pero lejos de preocuparles, lo agradecen. Al preguntarles el motivo, Jesús, sonriente, responde que «hemos tenido un nieto hace poco» y, cómo no, «hay que ejercer de abuelos». Así, paradójicamente, dejan de alimentar el estómago de muchos para alimentar a un comensal cuya cuenta no se cobra con efectivo, sino en afectivo.

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