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De izquierda a derecha, Rubén, Tina y Pedro, en el interior de El Chorrillo. Antonio de Torre

Cierra El Chorrillo: el adiós de Pedro y Tina a una vida dedicada a la hostelería

«La clave está en ser honrado, trabajador, responsable y buena persona», dice el dueño, siempre conocido como Pedro el de la Tasca

Carlos Álvaro

Segovia

Domingo, 15 de junio 2025, 08:33

El 30 de junio, el bar restaurante El Chorrillo, en Palazuelos de Eresma, apagará sus fogones tras casi dos décadas de actividad. Pedro Pérez González (Serranillos, Ávila, 1960) y su esposa, Agustina Arranz Sanz, conocida como Tina, cerrarán una etapa marcada por el esfuerzo, el cariño de los clientes y una trayectoria hostelera que comenzó hace más de medio siglo. Con sesenta y cinco años recién cumplidos, Pedro y Tina se jubilan, pero dejan un legado de sacrificio y humanidad que los clientes no olvidarán jamás. «Sé que muchos de ellos nos van a echar de menos. Va a ser un disgusto grande», dice Pedro emocionado. «Es que son muchos años de trato cercano, y no solo en El Chorrillo, que la Tasca también pesa en el recuerdo».

«Sé que muchos nos van a echar de menos, va a ser un disgusto grande. Son muchos años de trato cercano»

La historia de Pedro en la hostelería comenzó cuando apenas tenía trece años. En Serranillos, su pueblo, los recursos eran escasos y no había opción de estudiar más allá del octavo curso. Su primer trabajo fue en un bar de Navaluenga, a treinta kilómetros de su casa, pero no llegó a dos semanas. «Fueron los doce días más largos de mi vida. Trabajaba de diez de la mañana a una de la madrugada, con trece años y sin tener idea de nada, separado de mis padres... Lo pasé fatal. Cuando regresé, mi padre me dijo: 'Estabas tardando'. Era ciego por mí, pero me exigía; era un hombre de valores firmes que me inculcó el amor al trabajo y la capacidad de sacrificio».

Después llegó la etapa de Cercedilla, donde trabajó en varios establecimientos, aprendiendo el oficio desde cero. «En La Casona, con quince años, empecé a entender este mundo», afirma. Fue en este pueblo madrileño donde conoció a Tina, su inseparable compañera, con quien ha compartido vida y trabajo. Después de hacer el servicio militar, arribó a Segovia, allá por el 81, siguiendo los pasos de ella, que estudiaba en la ciudad. «Trabajé con José María, a quien admiro profundamente, primero en el bar del bingo que explotaba cuando llevaba el ventorro del Puente de Hierro y después en la barra de su restaurante, al poco de que lo abriera. Fueron dos años en los que pude conocer el ambiente de la Plaza Mayor, el chateo, y a la gente de Segovia. Fui feliz allí, y estuve realmente a gusto, pero yo lo que quería era establecerme por mi cuenta, tener mi propio negocio».

De la Tasca a El Chorrillo

En 1985, Pedro dio un paso decisivo en su vida al hacerse con el traspaso de Tasca La Posada, bar restaurante situado en la calle Judería Vieja, a dos minutos de la Plaza Mayor. Con el apoyo de la familia de Tina, que avaló el préstamo necesario para afrontar la operación, Pedro y su esposa transformaron un local «muerto» en un punto de encuentro para segovianos y turistas. «La Tasca fue mi vida. Mis hijos nacieron allí, el pan de mi familia salió de allí. Era un lugar único: a mediodía, cochinillo para los de Madrid; por la noche, despedidas de soltero y jóvenes tomando chatos y oyendo música en la vieja máquina de discos», recuerda con nostalgia.

La Tasca, ubicada en un edificio propiedad del Obispado, fue su hogar durante más de dos decenios. Todo cambió con el nuevo siglo. La venta del inmueble, su declaración de ruina y el nuevo propietario obligaron a Pedro a abandonarlo. «Fue como perder un hijo. Aguanté seis años a base de presentar recursos, pero al final tuve que salir de allí. Fue muy duro», confiesa. Aquel golpe le sumió en una pequeña depresión, pero no tardó en levantarse. «Tuve que empezar otra vez y no me importó en absoluto». En 2007, Pedro y Tina encontraron en Palazuelos de Eresma el local de El Chorrillo. «Estaba cerrado, no había funcionado bien. Pero le vimos posibilidades. A mí me encantó la madera, lo rústico... Me dije: 'Esto tiene que tirar». Con mucho esfuerzo, abrieron en plena Navidad, enfrentándose a jornadas extenuantes sin personal suficiente. «Fregaba el bar a las cinco de la mañana, agotado, pero miraba los techos y pensaba: ¡tengo un par de cojones!», dice entre risas.

Un hogar

El Chorrillo tuvo un éxito fulgurante gracias al trabajo incansable de Pedro y Tina, cuyo talento en la cocina, con platos como los judiones y los asados, conquistó a clientes de Palazuelos, Segovia e incluso de otras provincias españolas, atraídos por las excelentes valoraciones en internet. «Disfruto viendo a la gente comer como si estuviera en la misma Segovia». El local, con su barra y comedor, se convirtió en un punto de encuentro para familias jóvenes, vecinos y visitantes, aunque para muchos Pedro sigue siendo Pedro «el de la Tasca».

El negocio, que emplea a cinco personas fijas y algunos extras los fines de semana, ha sido clave para la vida social de este pueblo del alfoz segoviano en constante crecimiento. Sin embargo, la falta de relevo generacional y la dificultad para encontrar mano de obra han precipitado el cierre. «Mis hijos, David y Noelia, están formados en otras cosas. La hostelería es dura, sin Navidades, sin puentes, con jornadas de dieciséis horas...», explica. Rubén Carretero Sanz, socio y primo de Tina, es el otro pilar del negocio desde los tiempos de la Tasca. «Es como un hijo para nosotros, pero esto requiere más personal, y hoy no lo encuentras fácilmente», lamenta Pedro.

El final está próximo y Pedro no puede evitar las lágrimas. «La gente no lo asume, pero Tina y yo queremos descansar. Los clientes nos quieren muchísimo, y eso hay que ganárselo día a día», dice. El viernes disfrutó del reconocimiento del pueblo porque pronunció el pregón de las fiestas de Palazuelos, honor que le permitió despedirse sirviendo «unos chatos» a sus vecinos. «La clave está en ser honrado, trabajador, responsable y buena persona. Con esos valores, que me enseñó mi padre, me ha ido muy bien, aunque con mucho sacrificio. Y he disfrutado mucho, ¿eh? Pero Tina y yo nos merecemos tiempo para nosotros. Quiero andar por el campo, visitar a mis hermanas en el pueblo, tomarme una cerveza con amigos de la infancia, leer un libro, cosas para las que no he tenido mucho tiempo». También espera la llegada del primer nieto. «Con sesenta y cinco años, aún nos queda mucho por disfrutar, aunque la salud ya no sea la misma que hace unos años».

El espíritu de Pedro y Tina permanecerá en los corazones de quienes han disfrutado de su hospitalidad. «Si no hay bares, no hay vida en los pueblos». Palazuelos pierde un emblema, pero ambos se marchan con la certeza de haber dado lo mejor de sí.

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