

El asesinato de un caballero que metió a Cervantes en la cárcel
Gaspar de Ezpeleta murió tras un duelo por una aventura amorosa con una casada y fue auxiliado por los vecinos, que más tarde fueron apresados durante dos días
Diez de la noche del 27 de junio de 1605. Las voces de un hombre pidiendo auxilio despiertan a los vecinos de las calle Rastro, ... que encuentran moribundo a un caballero navarro de la Orden de Santiago de nombre Gaspar de Ezpeleta, al que un enmascarado había herido con su espada.
La víctima acababa de cenar con el marqués de Falces y se dirigía hacia el Campo de la Verdad -actual Campo Grande- cuando vio a un hombre de mediana estatura, con un ferreruelo negro y largo que le atacó. El duelo se produjo en la orilla izquierda del Esgueva.
El primero en ir a socorrerlo fue el clérigo Luis de Garibay, que asustado pidió auxilio a su vecino Miguel de Cervantes. Entre ambos llevaron el cuerpo de Gaspar a la vivienda que el primero compartía con su madre, doña Luisa Montoya, una mujer viuda y muy respetada. En la escalera del edificio se produjo un gran alboroto y acudieron de todos los rellanos, la mayoría mujeres que se lamentaban por el escándalo que el suceso traería y por la inminente presencia de la Justicia.
Allí fue atendido por varias personas, como el cirujano don Sebastián Macías, que a la vista de la gravedad de las heridas -una en el muslo derecho y otra bajo el vientre- y el cuerpo ensangrentado adelantó lo peor. También fue asistido por el clérigo don Pablo Bravo de Sotomayor, que le tomó confesión general para cumplir con uno de sus deseos antes de morir, y por una vecina, Magdalena de Cervantes, que le 'ayudó a bien morir' y a la que regaló un vestido de seda después de tratar de cortejarla.
Por último, al alba llegó el licenciado don Cristóbal de Villarroel, alcalde de Casa, juez de la Corte y consejero Real, tras recibir una denuncia. La declaración -recogida por el escribano Fernando de Velasco- que el caballero prestó en sus últimos momentos dejó en honroso lugar a su adversario, pero no descubrió su identidad. Gaspar de Ezpeleta, a pesar de haber sido socorrido con prontitud, falleció a las seis de la mañana del 29 del mismo mes de junio.
Los vecinos, sospechosos
Fue entonces cuando las sospechas recayeron en los vecinos. Las investigaciones se centraron en las once personas que le socorrieron, entre ellas Miguel de Cervantes que, junto a sus hermanas Magdalena y Andrea, su hija Isabel, su sobrina Constanza y su criada María de Ceballos -que en realidad era su amante- vivían en esa casa de calle Rastro. Se trataba de la actual casa-museo Cervantes, pero que entonces era una zona de dudosa reputación, recién urbanizada y a las afueras.
El juez decidió que esos once vecinos fueran apresados. Se completaba así una desafortunada tradición familiar y el dramaturgo pisaba la cárcel en la que ya estuvieron su padre y su abuelo. El primero por una deuda que no pudo pagar a tiempo y el segundo por intentar casar a su hija con un bastardo del Infantado.
Con la decisión de meterles en la cárcel, se desvió la atención que señalaba al ayudante del caballero, don Melchor Galván, como autor del crimen en venganza de su honor ultrajado. De Villarroel los interrogó, pero no halló pruebas en su contra y fueron puestos en libertad.
No obstante, Isabel de Ayala, que ejercía de beata en la iglesia de San Francisco y vivía en el desván, acusó a las hermanas 'las Cervantas' de promiscuas y recibir a extraños amantes en su casa, como el portugués Simón Méndez o el genovés Agustín Raggio. Pasados los días, el 18 de julio, se dio carpetazo al caso sin que realizaran más indagaciones y con un asesino suelto por la ciudad.
Una aventura amorosa
A pesar de que nunca se conoció la identidad de la persona que acabó con la vida de Ezpeleta, a finales del siglo XVIII se halló el expediente sobre esta muerte y gracias a las declaraciones de los testigos se pudo localizar la casa donde vivió el escritor en Valladolid y que el móvil del crimen podría haber sido una aventura amorosa que mantenía Gaspar de Ezpeleta con la mujer de Galván, Inés Hernández. Al parecer, el caballero era un hombre de vida alegre, aficionado a las rondas nocturnas y envuelto en líos de faldas.

La documentación que se conserva del proceso Ezpeleta refleja uno de los mejores retratos del autor de El Quijote, realizado por hermana Andrea. Se refiere a él como «hombre que escribe y trata negocios, y que por su buena habilidad tiene amigos». Un Cervantes en pleno auge como escritor, que acaba de imprimir en Valladolid la primera parte de El Quijote. También desvela su faceta como 'hombre de negocios' que recibe numerosas visitas en su casa, hecho que confirman los testigos a lo largo del proceso.
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