«¿Y qué vamos a hacer ahora, Paco?»
El cierre del Mesón Los Arcos por jubilación deja huérfana a toda una clientela de los barrios de San José y El Cristo del Mercado
Han sido cuarenta años de servicio. Redondos. Paco reconoce que disfruta de su trabajo como nunca, pero... la edad no perdona. El día 30 de junio, pasadas las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro, el Mesón Los Arcos, situado en la esquina de Agapito Marazuela con Juan Carlos I, bajará la persiana. ¿Será definitivo? Posiblemente, aunque Paco y su mujer, Aurora, esperan que alguien tome el relevo. A ellos les ha llegado el momento de parar y disfrutar del tiempo libre que el negocio les ha robado.
«Los clientes me preguntan: '¿Y qué vamos a hacer ahora, Paco?'. No lo asumen, pero ha llegado el momento. Hace unas semanas sufrí un amago de infarto que afortunadamente superé y he decidido cerrar ya. Este año cumplo sesenta y cinco y llevo trabajando desde los doce. No puedo más», dice el dueño cuando nos recibe a la puerta del emblemático mesón.
Para Francisco Molpeceres y Aurora Aragoneses, dueños del establecimiento junto a Ricardo Aragoneses, el cierre es el fin de un negocio, pero también el adiós a una vida dedicada íntegramente a la hostelería, a sus clientes, que ya son parte de la familia, y a un rincón que ha sido testigo del crecimiento de un barrio, El Cristo del Mercado, y de sus propias historias. Sentados frente a la barra que con tanto amor han atendido, con la voz entrecortada y los ojos vidriosos, repasan cuatro decenios de esfuerzo, sacrificios y buenos momentos... Lejos, muy lejos, queda ya aquel junio del 85, cuando Paco, Aurora y Ricardo, alentados por Antolín Castro, con el que Paco había trabajado, dejaron Madrid para apostar por un local en un barrio obrero, alejado del corazón turístico de Segovia. «Es que esto era el final de la ciudad, no había nada más allá», recuerda Aurora. Paco, que empezó de chiquillo vendiendo helados para después trabajar en bares como el Gomar o el Marfil, vio en este local del Cristo la posibilidad de establecerse por su cuenta. Con Ricardo, su cuñado y socio, un «crack» de la cocina, y Aurora, su esposa, siempre dispuesta echar una mano en la barra o donde hiciera falta, formaron un equipo imbatible. «El bar es cocina y barra, un equipo. Ricardo guisa unas orejas como nadie las hace en Segovia, y yo vendo a los clientes lo que sé que les va a gustar», dice Paco con legítimo orgullo.

Lugar de chateo, con cañas a nueve pesetas y partidas de cartas hasta las diez de la noche, Los Arcos evolucionó hacia menús caseros, raciones generosas y manjares cotidianos, como los judiones, el cocido o las carrilleras a la plancha, que han conquistado los paladares más exigentes. «La gente dice: 'Madre mía, nunca había probado una oreja así', cuenta Paco con satisfacción. La calidad, la limpieza y el buen servicio han sido otra de las claves del éxito. «No se trata de bajar los precios, porque un negocio cuesta dinero: cinco sueldos, luz, impuestos... Hay que ofrecer calidad. Que lo que ofrezcas tenga calidad es lo más importante». Este planteamiento les valió el reconocimiento general.
Si algo define a Los Arcos es su clientela. Los obreros de San José y El Cristo del Mercado, los actores de Titirimundi (Julio Michel siempre lo recomendaba) y vecinos de otros barrios de la ciudad han encontrado un hogar en el mesón. «Tenemos muy buena gente, gente sana que nos quiere mucho», dice Aurora. Paco se emociona al hablar de un cliente de ochenta y siete años que come en Los Arcos a diario desde hace más de un decenio. «Ahora me dice que lo va a sentir, el hombre». La atención, el trato con los clientes, será lo mejor que se lleven. «Yo voy a las mesas y los atiendo como si fueran de mi familia, sé lo que quieren, por dónde respiran... Si les hago una broma, sé hasta dónde puedo llegar... La gente me dice que soy el alma del barrio. No lo sé. Lo que si sé es que he tratado de hacer el trabajo con humildad y profesionalidad. Y el cliente lo agradece».
«Me gusta el bar como nunca, disfruto de la barra como nadie ha disfrutado, pero... lo dejo o acaba conmigo»
El sacrificio, empero, ha sido inmenso. «Son demasiadas horas, un día tras otro, sin fines de semana. Nos hemos perdido mucho de nuestros hijos, Javier y Noemí. Y eso duele porque no vuelve», apunta Aurora. Cumpleaños, bodas de primos o amigos o eventos familiares quedaban en segundo plano. «Es muy sacrificado, pero los negocios solo funcionan si los atiendes. El lunes pasado tuvimos mesas de nueve, de cinco, de seis, y había mucha gente esperando. Esto genera estrés, pero es así», zanja Paco. Es, pues, el momento de parar. «Tenía pensado cerrar, pero lo del amago de infarto lo ha adelantado. No sabemos cuánto nos queda de vida. Yo tengo sesenta y cuatro años y Aurora está cerca de los sesenta y seis. Y quiero disfrutar de mi piscina, de mi jardín, de mi moto, del pueblo...». La decisión nunca es sencilla. «Me gusta el bar como nunca, disfruto de la barra como nadie ha disfrutado nunca, pero... lo dejo o acaba conmigo», confiesa, visiblemente emocionado. «Vamos a descansar, a vivir. Nos lo merecemos», añade Aurora, más serena.
Cuando echen el cierre, el barrio se habrá quedado un poco huérfano. Porque El Cristo del Mercado no será el mismo sin ellos. «Antes éramos todos segovianos, gente humilde; ahora hay más inmigración, pero seguimos siendo un barrio obrero, de trabajadores». Cuando conocen la decisión, los clientes muestran su tristeza, pero la aplauden . «Hacéis bien, lo merecéis». Ese cariño es su mayor gratificación. «Gracias a ellos tenemos lo que tenemos: el piso, las vacaciones, la vida que hemos llevado...». La humildad, aprendida desde abajo, y su sentido de equipo han sido decisivos: «Si yo hago barra, tú friegas. Así funciona».La barra donde Paco vivía su vocación, la cocina donde Ricardo obraba milagros, la terraza llena de risas y confidencias quedarán en la memoria de unas gentes que les deben mucho. «¿Qué vais a hacer jubilados?», les preguntan los clientes. La respuesta está en el horizonte: una vida más tranquila, con tiempo para ellos, sus hijos y nietos. Pero en cada plato, en cada caña, en cada chato de vino, en cada chiste de Paco, el Mesón Los Arcos seguirá vivo en el corazón de Segovia.
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