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Un camarero sirve una caña en un bar de Valladolid la mañana de este lunes de apagón. Carlos Espeso
El apagón saca a Valladolid a la calle: unas cañas y una espera que terminó en cierre

El apagón saca a Valladolid a la calle: unas cañas y una espera que terminó en cierre

El lunes que comenzó con sentido del humor ante el apagón acabó pesimista

J. Asua

Valladolid

Lunes, 28 de abril 2025, 22:47

Dentro de los bares, luces apagadas y camareros atareados a pesar de la penumbra. En las terrazas, grupos de compañeros de trabajo tomando unas cañas aprovechando el sol y un descanso que llegó inesperado, de sopetón. Al principio, entre risas por lo novedoso en una jornada de lunes en la que siempre da pereza el arranque laboral, aunque, según avanzaba la mañana, las sensaciones cambiaban y el desconcierto se apoderaba del personal. «Es un ciberataque» o «este ha sido Putin» eran algunos de los comentarios en el exterior de El Continental. Aún en tono jocoso, aunque comenzaban a aparecer los nervios al ver que Internet no respondía a las preguntas y que al otro lado del teléfono nadie contestaba.

El apagón que ha afectado esta mañana a toda España y a otros países de la Unión Europea ha sacado a las calles a los vallisoletanos y ha obligado a bajar las persianas de muchos negocios antes de la hora. «Pues qué vamos a hacer, cerrar; estamos metiendo el género en las cámaras, hasta mañana aguanta sin problemas», decía Felipe González, carnicero en el Mercado del Val. Otros negocios de esta céntrica plaza de abastos hacían lo propio. Recoger las cajas de frutas de los expositores, proteger los alimentos lo mejor que podían y dar por finiquitada la jornada matinal. «Saca una foto de la vajilla, de momento no puedo ni fregar», comentaba Carlos, dueño de uno de los gastrobares con la barra llena de copas y de tazas.

Hasta el último momento los establecimientos hosteleros de este espacio dieron servicio ante la llegada de unos clientes que afrontaban la situación extraordinaria tomándose algo. Muy español. Y es que sin iluminación y con los ordenadores en negro poco se podía hacer. Salían pitando del Ayuntamiento los concejales tras la suspensión del pleno. Entre los primeros, el responsable de Salud Pública y Seguridad, Alberto Cuadrado, que a esa hora no había podido contactar aún la jefa de Policía Municipal al haberse caído todas las líneas.

«Están todos los agentes desplegados y los Bomberos se están centrando en las llamadas porque hay gente que se ha quedado atrapada en los ascensores», comentaba un edil a la carrera. Esta era una de las principales preocupaciones a esa hora. Le seguía, momentos después el alcalde. «No sabemos aún nada, nos vamos a reunir en la Jefatura de la Policía Municipal para organizar el operativo», comentaba. Eran casi la una de la tarde y había que tomar decisiones.

Era el comercio el que primero se resentía. «No va nada, vamos a esperar un poco, pero creemos que tendremos que cerrar», comentaban las dos trabajadoras de una de la farmacias de la calle Santiago. Al igual que ellas, sus compañeros de calle salían a las puertas a esperar. Para entonces sucursales muy céntricas, como la del BBVA o la de Santander, ya habían cerrado sus puertas. Todos los cajeros se apagaron, lo que complicaba la situación para aquellos que no se manejan con efectivo.

En esos momentos y con una ciudad sin semáforos, cruces clave como el de San Ildefonso con el Paseo de Zorrilla, o el de Vallsur ya contaban con varios efectivos para dar paso intermitente a peatones y conductores. El silbato volvía al sonido urbano. Los paneles de Auvasa ya no ofrecían tiempos de espera y en la paradas se acumulaban pasajeros. El transporte público respondía sin problema, más allá de la ausencia de información en las pantallas. Las canceladoras de plástico funcionaban sin incidencias y aquellos que contaban con Internet tiraban de QR.

Lo que todos daban por una avería pasajera se convirtió, sin embargo, en una prolongada espera, aunque las puertas se mantenían abiertas. El mayor problema que se les planteaba a las tiendas eran los cierres. Al tratarse de persianas automáticas había que descubrir cómo se podían echar. Así, muchos dependientes esperaban las instrucciones de los jefes o a un técnico que les ayudara a eliminar el automatismo para bajarlas a mano.

A pesar de que la regulación semafórica no funcionó desde que se produjo el apagón, conductores y peatones se organizaron en aquellos puntos donde no había agentes de la Policía Local. Los primeros mostraban su civismo y cuando veían un número de viandantes a la espera paraban de motu proprio para permitirles el paso.

Centros comerciales como El Corte Inglés del Paseo de Zorrilla no cerraron a pesar de la situación. Aunque dentro de los grandes almacenes la luz era baja, había suficiente iluminación como para poder continuar con la actividad. «Contamos con un generador, de momento vamos a seguir abiertos», explicaba una vigilante de seguridad cuando algunos clientes le preguntaban si podían acceder. En la cercana cafetería Bambú también había ambiente, aunque sin luz. Despacharon con rapidez los pinchos y bocatas que tenían elaborados en barra porque muchos clientes daban ya por hecho que en casa no iban a poder utilizar ni la vitrocerámica ni el microondas.

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