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Crónica negra de Valladolid

Diecisiete cuchilladas, un cadáver putrefacto y un pacto de sangre roto en la calle Isla

El cuerpo del joven Roberto fue hallado de forma fortuita en una casa semiabandonada, que servía como plantación de marihuana, cerca del callejón de la Alcoholera un mes y medio después de su desaparición

Ángela Gago

Valladolid

Jueves, 3 de julio 2025, 06:51

Madrugada del 2 de agosto de 2013. La Policía Nacional hallaba un cadáver con signos evidentes de muerte violenta y en avanzado estado de descomposición en una casa baja semiabandonada, en el número 2 de la calle Isla, próxima al callejón de la Alcoholera de Valladolid.

Se trataba de Roberto V. F., de 19 años, cuya desaparición fue denunciada el 21 de junio de ese año por un compañero de piso, que aseguró que no había visto desde el 15 de ese mes. Ese compañero era Gustavo Andoni R. M., de 20 años, que fue detenido días después como principal autor del crimen y condenado a doce años de prisión por un delito de homicidio.

La identificación del cuerpo se tuvo que realizar por huellas debido al avanzado grado de putrefacción. La autopsia determinó que murió mes y medio antes de ser encontrado debido a una hemorragia masiva después de recibir 17 cuchilladas en la espalda y en el pecho.

El cadáver se encontró de forma fortuita cuando varios agentes perseguían a un grupo de jóvenes que habían entrado en esa casa molinera donde había plantas de marihuana que habían entrado a robar. Durante la inspección de la vivienda, en una habitación perfectamente cerrada y sellada, descubrieron unos restos humanos tapados con una manta que desprendían un fuerte hedor. Junto a ellos, una botella de lejía y un hacha.

Entorno conflictivo

Roberto vivía como okupa en un piso compartido en Delicias, en la calle Embajadores. Parte de su adolescencia la había pasado en el centro de menores Zambrana. Su padre, con el que apenas tenía relación, estaba en la cárcel por tráfico de drogas y su madre era una mujer enferma, con recaídas en su tratamiento psicológico. Además, dos meses antes habían perdido a su otra hija. La única hermana de Roberto había fallecido en circunstancias muy trágicas, junto a la vía del tren.

Gustavo Andoni, al que llamaban Gus, conoció a Roberto durante la estancia de ambos en el Zambrana, del que salieron a principios de 2013. El primero tenía 19 años y su amigo, 18. El paso por el centro de menores, destinado a enderezar sus vidas, sirvió justo para lo contrario.

Los jóvenes pusieron en marcha su negocio de marihuana, pero a los dos meses de su reencuentro en la calle Gus acabó a cuchilladas con la vida de su amigo Roberto en el laboratorio de cultivo de droga, que habían montado en una casa semiabandonada de la calle Isla.

Ambos cobraban por aquel entonces sendos subsidios que les permitían «ir tirando» a la espera de que comenzara la producción de las 150 plantas de marihuana del completo laboratorio al que ambos acudían con frecuencia a cuidar el lucrativo negocio.

Tuvo que «fumarse un porro»

En el juicio, celebrado en abril de 2015, el abogado de Gustavo Andoni alegó que su cliente actuó no solo en defensa propia sino con una intoxicación plena de alcohol y drogas (marihuana y cocaína) y movido por un «miedo insuperable» ante el «ataque» de Roberto, del que llegó a decir que estaba «como poseído» fruto de la ingesta de las mismas sustancias.

Una discusión entre Roberto y Gus fue la causa del fatal desenlace. Al parecer, Roberto le había contado a algunas personas la existencia y la ubicación de esa plantación furtiva. «Roberto era mi mejor amigo, nos habíamos jurado lealtad y protegernos con un pacto de hermanos de sangre cuando estábamos en el Zambrana», declaró Gustavo Andoni en el juicio. Pero lo cierto es que acabó con su vida después de una tarde de «porros, cocaína y alcohol».

Cuando le remató, con la enésima cuchillada en el cuello, tuvo que «fumarse un porro» para relajarse. Necesitaba pensar con claridad. Pero no debió conseguirlo, porque no logró deshacerse del cadáver. «Pensé en hacerlo como había visto en las películas», aclaró. Pero luego decidió comprar un hacha en «los chinos» y bolsas de plástico.

«No pude, fui incapaz. Le di un hachazo en el tobillo, pero seguía viendo a mi mejor amigo. No soy un psicópata, solo soy un niño, señor», espetó al fiscal. El joven, al final, roció el cuerpo con «lejía perfumada» y lo dejó en la plantación, junto al arma homicida -un cuchillo de veinte centímetros de hoja-, guantes con sus huellas y una bolsa con la ropa que llevaba la víctima.

Frialdad y deshumanización

Un amigo de ambos, Gorka S.R., reveló que horas antes estuvo con ellos en el piso de la calle Embajadores y que «no estaban drogados ni bebidos». Reconoció que sabía de la existencia de la plantación de marihuana, donde sus amigos se desplazaron esa misma noche para regar las plantas, sin que volviera a ver de nuevo con vida a Roberto.

Fue al día siguiente, al no responder a sus llamadas al móvil, cuando Gorka fue de nuevo al piso en busca de Roberto y se encontró a Gus, que no dio importancia a su ausencia y recordó que su amigo ya había desaparecido otras veces. Pero como pasaban los días y Roberto seguía sin aparecer, le conminó a denunciar en comisaría su desaparición. «Si no llego a insistir, no hubiera presentado la denuncia jamás», le recriminó en el juicio.

También reveló que fue al piso de Embajadores al día siguiente del homicidio y que no apreció ninguna lesión en él, pese a que el verdugo alegó que la víctima le acuchilló para tratar de defenderse y aseguró que resultó herido en la pelea. «No le vi el más mínimo rasguño, cero marcas, ni un cortecito». Gorka nunca pensó que Gus sería el autor del crimen.

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