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La cineasta francobelga Agnès Varda (1928-2019) vivió prácticamente toda su vida en el mismo domicilio en París. Lejos del lujo y la vida llena de aventuras que uno se imaginaría, la venerada integrante de la Nouvelle Vague (Nueva Ola) residió desde los 18 años y hasta los 90 en la calle Daguerre, en el sur de la capital francesa. Allí reconvirtió una tienda abandonada en su taller y domicilio. Su laboratorio artístico se encontraba en el clásico patio interior de un edificio hausmanniano, cercano a la estación ferroviaria de Montparnasse. «No vivo en París, sino en París distrito XIV», solía decir esta artista para enfatizar la importancia que daba a su barrio.
Varda desarrolló una relación con su entorno como si fueran círculos concéntricos. Primero, su domicilio-taller en la calle Daguerre, luego su barrio en la rive gauche y por extensión toda la metrópolis parisina. Todos esos espacios influyeron de manera fecunda en su arte. El museo Carnavalet, especializado en la historia de la capital francesa, dedica hasta finales de agosto una muestra temporal a la relación artística entre Varda y París, donde vivió hasta su muerte en 2019.
Además de su enfoque más bien original, la exposición destaca por mostrar un amplio archivo fotográfico. «No debemos olvidar que no ha sido reconocida por ello y que sus fotografías continúan siendo poco conocidas», explicó su hija Rosalie en declaraciones al diario francés 'La Croix'. Aunque se hizo mundialmente conocida por sus películas, su primer oficio -y que siguió ejerciendo hasta su muerte- fue el de fotógrafa.
Tras conseguir un diploma en esa profesión en 1949, Varda empezó como fotógrafa independiente. «Era un oficio que le permitía combinar lo intelectual con lo manual», subraya Anne de Mondenard, comisaria de la exposición. Como se evidencia en las instantáneas expuestas de su juventud, no se conformó con captar imágenes banales.
Retrató a menudo a personas de su entorno más cercano; por ejemplo, su asistenta Anne Sarraute o una familia de españoles (los Llorca) que se exiliaron en Francia huyendo del franquismo y que la artista acogió en su propiedad de la calle Daguerre. Pero a esas instantáneas les daba un toque misterioso y extraño. Así se ve reflejado en 'El ahogado' (1950), una fotografía de un busto que parece estar flotando en el agua debido a un efecto óptico. O en el cuento fotográfico de una niña vestida de ángel que fotografió como si se hubiera perdido por las calles de París. Ese curioso ejercicio lo describió como cinescritura. Eran obras con reminiscencias al arte de los surrealistas.
Esta búsqueda de lo insólito también la aplicó en una de sus primeras labores relevantes como fotógrafa profesional: sus retratos para el festival de teatro de Aviñón. En lugar de fotografiar a las estrellas de la época en su estudio, las llevaba con su coche a lugares recónditos de la capital francesa. Eso comportó que retratara a Federico Fellini en medio de una pedrera en la periferia parisina, o a Alexander Calder manejando una de sus esculturas en la calle como si fuera un titiritero. Otra imagen que no tiene desperdicio es la que tomó de la actriz Anna Karina vestida de blanco para el día de su boda y sentada en un banco con un paraguas, y un posado sonriente, delante de un restaurante.
Su mirada sobre París resultó clave para la realización unos años más tarde de 'Cleo de 5 a 7', su primer gran éxito cinematográfico y considerada una de las obras maestras de la Nueva Ola. Debido a un presupuesto raquítico —el productor le había pedido «una película en blanco y negro como la de Godard, pero más barata»—, solo pudo grabar en la capital francesa. No obstante, esa limitación acabó siendo una virtud para esa historia de una cantante angustiada por el cáncer y la guerra de Vietnam. Llevó su cámara a aquellos lugares más animados de los barrios populares, donde no hacían falta extras. Y utilizó edificios que estaban siendo demolidos por las obras como una metáfora de la destrucción bélica.
El entorno parisino también resultó clave en 'L'opéra Mouffe' (1958), un cortometraje en que retrataba a ancianos e indigentes. Y permaneció como una temática principal casi dos décadas después en el documental 'Daguerréotypes' sobre la vida cotidiana en su calle de predilección. El París menos fastuoso fue la gran vedete del cine de Varda. Una artista iconoclasta y con una mirada singular.
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