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Lo más difícil fue pintar el pavimento. Era complicado no equivocarse. De hecho, lo tuve que repetir entero, pero no tiene trampa ni cartón. Tiré las líneas de fuga y... ¡hala!, a la antigua», afirma el artista, que recuerda con verdadero cariño los tres meses que pasó trabajando, durante la primavera de 2011, en el interior de la Catedral. El resultado es la impresionante estampa que ilustra la portada de este suplemento, una perspectiva de la nave de la epístola que plasma con vivo realismo la luz que penetra por las vidrieras de la Catedral las mañanas de la primavera, a eso de las ocho y pico. «Es una luz única que entra rasante, ilumina parte del piso, llega hasta el pilar donde yo tenía el caballete, desaparece y vuelve otra vez. Un espectáculo que quise captar y trasladar al lienzo», explica.
Con una dilatada trayectoria artística y miles de obras a sus espaldas, López Saura guarda nítidas en la memoria aquellas sesiones matinales: «Llegaba a primerísima hora de la mañana, con puntualidad, y me ponía a trabajar. Guardaba el caballete, un caballete grande, muy aparatoso, en la capilla de Santiago Apóstol y lo desplegaba a la altura de este espacio, mirando hacia el altar mayor y la girola. Dedicaba los primeros quince minutos de la jornada a atrapar y perfeccionar esa luz tan especial, que llegué a tener muy guardada en la memoria, y después me ponía con el resto del cuadro, que posee multitud de detalles y muchas horas de trabajo detrás. ¿Cuántas? Es incalculable. Sería incapaz de decir una cifra». El lienzo, de 2,40 por 1,60 centímetros, refleja con un hiperrealismo que sobrecoge todas y cada una de las baldosas del pavimento que José Luis tenía delante, los mármoles de distintos colores, los bronces, los dorados, las rejas, las cornisas, las bóvedas, las cresterías y las vidrieras.
La experiencia de trabajar en la Catedral de Segovia no es cualquier cosa. «La obra responde a un encargo que me hizo la dirección del hotel San Facundo. Tuve que pedir permiso al Cabildo catedralicio, que no puso pega alguna. Al contrario, todo fueron facilidades. Además, el equipo de personas que trabaja allí es un encanto. Me sentí como en casa y tuve el privilegio de conocer a fondo la Catedral, recorrí todas sus estancias..., me explicaron todo... Fue una verdadera suerte. Al principio no, pero cuando el cuadro iba adquiriendo cierta entidad, se formaban inmensos corrillos alrededor de él. No lo podré olvidar. Tuve un público entregado», rememora el artista.
El resultado movió a los propietarios del hotel a hacerle un encargo similar, y al año siguiente, en 2012, José Luis regresó a la Catedral para pintar el claustro. Lo hizo en un cuadro de idéntico tamaño, pues el objetivo era que convivieran enfrentados. El trabajo fue distinto, pero igual de satisfactori: «También me llevó tres meses, aproximadamente. El claustro es una zona oscura hasta que penetra al sol. En este caso, reproduje la luz del mediodía, que entra de golpe y lo inunda todo. El proceso fue idéntico al que seguí con la obra anterior. Recuerdo que me llevó mucho tiempo captar la perspectiva del claustro. Es un cuadro con mucho dibujo y tuve que hacer innumerables correcciones. Contiene múltiples detalles, y a mí me gusta reproducirlos todos, a poder ser. Por cierto, tuve un público muy entregado que me acompañó en todo momento durante el proceso. Igual que la vez anterior».
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Ambos acrílicos plasman la realidad del interior de la Catedral de forma verídica, objetiva e imparcial. Saura es un pintor hiperrealista con clara influencia de Velázquez, Caravaggio o Antonio López. Nacido en Madrid en 1956, lleva casi veinticinco años afincado en Segovia, donde ya ha dejado una buena muestra de su obra, especialmente en establecimientos públicos. Los segovianos conocen bien su trabajo y lo aprecian. La reproducción en estas páginas del lienzo que hace catorce años pintara en la nave de la epístola de la Catedral es su particular aportación a la conmemoración del V Centenario del comienzo de la construcción del templo.
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